Las “obras de misericordia” son un hermoso catálogo de acciones, o mejor, de sentimientos y actitudes, que hacen efectivo y concreto el precepto del amor fraterno.
Os propongo practicar y vivir estas “obras de misericordia” en todo tiempo y en toda ocasión; os las recuerdo para que sepamos ponerlas en marcha como una buena práctica.
Las obras de misericordia son catorce, pero podríamos añadir tantas como miserias encontremos en el camino. Por otra parte, no es tanto cuestión de hacer, sino de ser. No basta con hacer obras de misericordia, hay que ser misericordiosos. Es posible que muchas veces, quizá la mayoría, no podamos hacer nada, pero siempre podemos sentir, estar y compartir.
ESPIRITUALES
- Enseñar al que no sabe: Es una bonita obra de misericordia, pero a veces nos encariñamos tanto con ella que queremos dar lecciones a todo el mundo. Esta misericordia debemos practicarla con moderación. A lo mejor es preferible que te dejes enseñar. Esto también es obra de misericordia: saber escuchar y agradecer lo que has aprendido. Todos necesitamos aprender unos de otros, incluso el profesor del alumno, y el padre del hijo, y el empresario del obrero. Enseña, sí, al que no sabe, pero sin humillarle. Enséñale a saber. Y –no hace falta decirlo- para que sea obra de misericordia se necesita una condición: la gratuidad.
- Dar buen consejo al que lo necesita: Da un consejo, pero sin paternalismo. Da un consejo, pero cuando el otro te lo pida o lo quiera o de verdad lo necesite. Da un consejo, pero siempre que estés tú dispuesto a recibirlo. Un buen consejo, una palabra orientadora, puede ser luz en la noche, puede ahorrar muchos tropiezos y caídas, puede salvar una vida del fracaso y la desesperación.
- Corregir al que yerra: También la corrección fraterna es una obra de misericordia, pero cuando se hace desde la humildad y desde el amor. Desde la humildad, reconociendo que también nosotros nos equivocamos. No queramos sacar la paja en el ojo ajeno, sin darnos cuenta de nuestra viga. Desde el amor, no para herir al prójimo sino para salvarle. Y hacerlo además cariñosa, delicada y simpáticamente.
- Perdonar las injurias: Es de lo más difícil. Somos tan propensos a la venganza y el resentimiento. Esta es una de las obras de misericordia que debería universalizarse en éste momento de desconfianza, agresiva competitividad y falta de transparencia. Perdona, aunque la ofensa te duela mucho. Perdona setenta veces siete. Perdona, si puedes, hasta olvidar. Perdona y ama. Y perdónate también a ti mismo.
- Consolar al triste: Son muchas las personas que sufren la tristeza, a veces por cosas bien pequeñas. ¡Resulta tan fácil y tan bonito hacer felices a los demás!. Podría bastar una palabra, una sonrisa, una explicación, un desahogo, un gesto de cariño.
- Sufrir con paciencia los defectos del prójimo: Damos por supuesto que todos tenemos flaquezas. Hombre, el prójimo no es un cielo, como piensa el enamorado, ni es un infierno, como piensa el existencialista. La convivencia es fuente de alegría y enriquecimiento, pero es también una llamada al vencimiento y el vaciamiento. Lleva con paciencia las flaquezas del prójimo –y las tuyas-. Te ayudarás a crecer en el amor y la misericordia. Y llévalas también con humor.
- Rogar a Dios por los vivos y difuntos: Pensar y reflexionar (rezar) no es una rutina. Pensar y reflexionar (rezar) es amor. Cuando Pensar y reflexionar (rezas) en alguien te solidariza con él, lo quieres como a ti mismo. Pensar y reflexionar (rezar) por los demás te hace bien a ti mismo, porque te ayuda a amar y te compromete para hacer realidad, en la medida de tus fuerzas, aquello que pides.
- Visitar y cuidar a los enfermos: No es una visita desde lejos, una visita por cumplir. Algo que signifique cercanía y com-pasión. Una visita que suponga comunicación, ayuda, cuidado, ternura, consuelo, confianza. Hay muchas clases de enfermedades y de enfermos. No están sólo en los hospitales; los hay también en casa, en el trabajo y en la calle. Todos tenemos alguna enfermedad o alguna dolencia. Por eso tenemos que tratarnos comprensiva y compasivamente.
- Dar de comer al hambriento: Hay que compartir el pan -¡hay tantas hambres!-. Pero no basta. Hay que hacerse pan y pan partido. Alimentar cuerpo, mente y alma es fraternidad y es vida. El pan partido y compartido es amor.
- Dar de beber al sediento (ayudar al que nos necesita): Dar un vaso de agua es fácil y es bonito. Saciar otra sed más profunda es difícil. Saciar la sed definitivamente es imposible. Pero alguien puede hacer brotar en las entrañas una fuente de agua viva, gozosa, inagotable. Tú puedes ayudar a hacer posible el milagro del agua.
- Dar posada al peregrino: Hoy no es fácil abrir la puerta de la casa, cada vez más defendida. Son muchos los peregrinos que llaman a nuestra puerta: mendigos, transeúntes, extranjeros, refugiados, drogadictos… Toda una herida abierta, que exige soluciones no sólo personales sino estructurales. Acoge al que llama a la puerta de tu casa, pero no sólo materialmente sino cordialmente. Todo el que se acerca a ti es un peregrino, que a lo mejor sólo te pide una palabra, una sonrisa o que le escuches.
- Vestir al desnudo: Aquí, entre nosotros, no encontrarás muchos desnudos que vestir. Suelen estar muy lejos. Quizá haya otro tipo de vestiduras, mejores que la capa de san Martín, que sí debes poner: la vestidura del honor, del respeto, de la protección. Siempre tendrás que cubrir la desnudez del prójimo con el manto de la caridad. Hay algo mucho más grave que no vestir al desnudo; es el desnudar al vestido. Esto es ya tema de justicia.
- Redimir al cautivo: Hay muchas cárceles y esclavitudes íntimas. Es tarea nuestra, es obra de misericordia, liberar a todos los cautivos: desde el preso al drogadicto, desde el avaricioso al consumista, desde el lujurioso al hedonista, desde el hincha al fanático de lo que sea.
- Enterrar a los muertos: El problema no está en los que se van sino en los que se quedan. La muerte de un ser querido deja casi siempre heridas sangrantes. Es una obra de misericordia estar cerca de los que sufren por estas muertes. Cuando damos el pésame o “acompañamos en el sentimiento”, que no sea una rutina o una palabra vacía.
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